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CATA DEL VINO MONTILLA-MORILES

En 1983 se celebró la primera cata, donde se degustan el fino, el amontillado o el oloroso.

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La historia cuenta que los pobladores romanos reservaban el vino puro para los dioses, mientras los hombres lo tomaban ahumado, salado o dulce; que los visigodos gozaban contemplándolo tras finos cristales, y que por él pecaron los andalusíes contra Allah bebiendo de modo clandestino, o servido por las jóvenes coperas en las zambras palaciegas (eran mujeres vestidas con el pelo cortado y vestidas de hombres, que servían el vino).

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Las barricas (tonel pequeño) y las ánforas (vasija de barro alta, estrecha con asas) siguió guardando el vino a través de los siglos como pócima de salud, gratitud, celebración y alegría; como el manjar de la divinidad que fue en su origen, a cuya tentación dejaron de resistirse los mortales, haciendo de él un elemento esencial en sus despensas,  como  delicia gastronómica, y  como reconstituyente o símbolo de hospitalidad.

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El vino de Montilla-moriles, que ya era exportado a la antigua Roma, siguió consumiéndose en las tabernas ubicadas en los conventos cristianos en el periodo emiral y califal; a pesar de la prohibición islámica, se elaboraba con uva o nabid de dátiles.

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En las fiestas de los palacios y almunias califales, las muchachas más bellas, con el cabello cortado a la altura de la nuca y ataviadas con ropajes masculinos, escanciaban el vino confundidas con sus compañeros varones.

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Los vinos cordobeses fueron introducidos en Jerez por el montillano Diego de Alvear, fundador de las primeras bodegas a partir de 1807.

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La provincia de Córdoba, hizo que el Consejo Regulador de la Denominación de Origen Montilla-Moriles  promocionarse hasta la actualidad,  la realización de la Cata del Vino,  a la que concurren más de veinte bodegas cada año.

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Se celebra dentro de la ciudad en un recinto cerrado que le sirve de marco, durante tres días.

Los visitantes aprenden a distinguir el vino por su color, olor y sabor. El vino  fino, el amontillado, el oloroso, el cream, el Pedro Ximénez, el blanco joven o el ecológico, son acompañados de exquisitas y típicas raciones de la cocina cordobesa de siempre.

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